Un grupo de jubilados mantiene en unos terrenos de Pozuelo desde los años ochenta un campo de dimensiones oficiales y en el que no hay que pagar nada por jugar.Desde el pequeño terraplén terroso se recorta contra el horizonte la silueta de los edificios más altos de Madrid. Una liebre se escapa ladera abajo entre cascos de botellas de vidrio vacías.
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