Tenía que pasar y ha pasado. De los (probablemente) miles de vinos nuevos que se comercializan cada año en Europa alguno tenía que hacer sarna de esa cultura vinícola que se demuestra en sus contraetiquetas. Frases rimbombantes, oscurantismo conceptual (¿qué es, realmente, la tanicidad?) y sobre todo, la imposibilidad de que el consumidor sepa si el vino ha vivido todo ese magnánimo proceso de elaboración que dice la botella o si son palabras que, en el fondo, disimulan una confección de lo más ordinaria.
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