Lo asombroso es que el gato Kierkegaatt ha comenzado a comportarse según los preceptos de los filósofos que admira. Siguiendo el ideal de la ataraxia, el gato ha dejado de arañar alfombras, cortinas y sofás; emancipándose del condicionamiento de su instinto, renunció a meterse en cajas y a perseguir a cualquier ser vivo capaz de matar; comenzó a estar sobre los muebles en pose hierática sin arrojar cada objeto al piso de abajo; finalmente logró permanecer en paz en meditación frente a una puerta cerrada sin querer abrirla a toda costa.
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