En 1888, la pequeña ciudad española de Arnedillo fue azotada por la viruela. A medida que la epidemia se extendió, la gente de Arnedillo miró a los santos en busca de ayuda. Encendieron siete velas, una para cada uno de los siete santos más venerados en esta región, y esperaron a ver cuál duraría más tiempo. [...] Ya sea una coincidencia o un milagro, después de la procesión, la epidemia pasó, y ahora, cada año, el último domingo de noviembre, el pueblo recrea la procesión que salvó a su gente.
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