Me echan mucho en cara lo de ser un milenial. Dicen que soy egoísta, vago y que no sé valorar el dinero: que gasto alegremente como si creciera en los árboles. Al parecer, mis padres tienen la culpa porque me han consentido todos los caprichos. Ahora que acabo de independizarme y tengo que correr con la factura, empiezo a pensar que es verdad. En Madrid y con mi madre a cientos de kilómetros, la mayoría de las tareas engorrosas las delego en una app. Trabajo mucho y lo considero una inversión razonable: mi tiempo también vale dinero.
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