El tren parece meterse en una ratonera, el barranco se estrecha repentinamente, los montes no son muy altos, pero se cierran sobre él, parece que no hay salida, y de repente el embudo da paso a una meseta llana y fácil de cruzar. Hemos subido a los ochocientos metros y durante unos kilómetros el ferrocarril no se tropieza con ningún obstáculo. Pero pasamos Muniesa y vuelven las montañas...
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