Un día jugué un partido con Valerón. Me dijo que empezara de delantero. «Tú, arriba», comentó con su voz fláutica. Y yo, arriba. Aquel día —hace un puñado de años, cuando arrancaba mi itinerario como periodista en el inefable mundo del periodismo deportivo— la plantilla del Deportivo de La Coruña tenía la jornada libre. Solo algunos jugadores subieron a entrenar de forma voluntaria a los campos de Abegondo, entre ellos Juan Carlos Valerón, mediapunta dorsal 21 e ídolo infinito del deportivismo.
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