Los errores eran tan habituales en el trabajo de los escribas durante la Edad Media que incluso existía un demonio, llamado Titivillus, que inducía a los monjes a cometerlos. Y es que cuando un manuscrito contenía un error la situación solo podía ir a peor. En el mejor de los casos ese error se arrastraba a los manuscritos que se copiaban de él, aunque lo más habitual es que se introdujeran errores nuevos. Pero no se piense que Titivillus se inventó para descargo del escriba. Muy al contrario, este demonio metía todos los errores en un saco.
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