Es julio de 2013 y Peter Sagan sube tranquilo las rampas del Alpe D´Huez consciente de que esa no es su guerra. Va acompañado por otro compañero del Cannondale, los dos tan cicloturistas, cuando cerca ya de los últimos kilómetros oye cómo los aficionados, cansados de ver pasar caravanas publicitarias y corredores espídicos durante horas, le gritan al unísono: «¡Wheelie, wheelie, wheelie!»
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