Eso de que el cliente siempre tiene la razón no siempre se cumple. Al menos cuando el cliente es Nelson Rockefeller y los contratados, Diego Rivera y Frida Kahlo. Uno no estaba acostumbrado a que le dijeran que no y los otros estaban hartos de decir sí. En 1933, Diego Rivera y Frida Kahlo llegaron a Nueva York invitados por el Museo de Arte Moderno. La institución alojaría a los artistas y pondría a su disposición un estudio para que Rivera pintase cinco murales para una muestra individual.
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