Lo peor del asunto no es vivir en una rueda tramposa y voraz que empuja a quien trabaja a extender su jornada ad infinitum en lugar de ayudarlo a conciliar. Lo peor es asumirlo como el único camino hacia el éxito social. Lo peor es ponerse solamente en la piel del empresario o del inversor aun sin ser ni lo uno ni lo otro. Remar como un autómata en su misma dirección (y los niños, tu familia, cada vez más lejos). Emplear dos tercios de tu vida en el trabajo mientras tus hijos crecen en un entorno aséptico, creyendo que el amor se mide en
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