Las nuevas formas de viajar menos costosas que emergen, basadas en compartir o intercambiar bienes y servicios, tienen además un gancho añadido que amplían su atractivo más allá de sacarse un dinero extra en tiempos difíciles y de convertirse a la fe del uso de bienes (no de ser sus dueños): la ilusión de que vuelve el auténtico viajero, el que huye del turismo de masas y se dice deseoso de conocer de verdad los lugares y las gentes de su destino.
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