No voy a hablar del espíritu cuñao porque eso ya sería bastante cuñao, pero nadie me puede negar la necesidad y ansiedad imperiosa que reina en nuestros días de ser expertos en todo. Que si el pan con masa madre fermentada en su propio sudor con centeno feliz, que si el gintonic con toda la pirámide nutricional incluida, que si el aceite de aceitunas cogidas a mano y besadas una a una… Que si el vino. Ay, el vino. ¡Viva el vino!
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