La stravaganza bizantina de Teodora se plasmó no sólo en su colosal séquito o en la impresionante diadema que portó en la ceremonia sino en su propio comportamiento cotidiano, que incluía caprichos como bañarse en el rocío que recolectaban sus criados o -y he aquí lo que nos interesa- la negativa a tocar la comida con las manos, de modo que empleaba un tenedor de oro para pinchar los bocados que le cortaban previamente sus eunucos. La ostentación de dicho tenedor fue la gota que colmó el vaso y lo calificaron de "instrumento del diablo".
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