En los 80, Bill Cosby hizo un truco de magia que habría dejado a David Copperfield azotándose el pene contra la estatua de la libertad de envidia. No estoy hablando de magrear a decenas de mujeres sin que ninguna lo denunciara. Me refiero a algo mucho más difícil y, por qué no decirlo, terrible: convencer a todo el mundo de que tenía gracia.
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