Pedro, de 27 años, no tenía Tinder. Pero en medio de la cuarentena se lo creó. Tiene pareja —“que no sabe nada de esto”, avisa— y afirma que no va a quedar con nadie: “Con el coronavirus me apetece hablar con otras personas”. Ana, de 35, ha optado por el sexting: se envía mensajes y vídeos sexuales que se graba ella misma a cambio de material semejante. Luis, de 34, entra cotidianamente en Grindr y contacta con otros hombres: “Para alimentar la imaginación”. Otros, los menos, se han saltado el confinamiento obligatorio.
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