Pronto marcaría distancias respecto a la deriva de sus compañeros. No participaba de su entusiasmo por las drogas; no se apuntó a los viajes a Stonehenge o Joshua Tree a la espera de ovnis o revelaciones trascendentales. Tampoco se implicó en las luchas internas por el poder que desembocarían en episodios tan poco ejemplares como la defenestración de Brian Jones. Era un perro verde en una banda desaforada. Tanto que los publicistas de los Stones tuvieron que adornar sus amables excentricidades.
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