A Carballiño se le conoce también como “Novayorciño” por su remoto parecido con Nueva York y sus rascacielos. El apodo no es mío, más quisiera, sino del mismísimo Rey Emérito, Juan Carlos I de Borbón, quien, en una visita a la localidad, expresó su estupor con la altura de los edificios con su inequívoco tono campechano: “Coño, si esto parece Nueva York”, dicen que dijo el rey jubilado al contemplar el paisaje desde la torre del Templo de Veracruz, que con sus imponentes 59 metros debería -pero no lo hace- dominar el paisaje de Carballiño.
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