La calle Sorgo, en el madrileño distrito de Tetuán, es casi un páramo comercial. Nadie se puede imaginar que, desde el pasado octubre, aquí se da una generosa oferta gastronómica, probablemente de la más variada de la mitad norte de la capital. Hamburguesas, pizzas de autor, comida griega o ecológica. Todo concentrado en unos pocos metros cuadrados. Pero no hay una silla, ni una terraza, ni un ventanal por donde ver a los comensales degustando los platos. Son restaurantes invisibles.
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