El dolor. Esa fuente primaria de inspiración. El germen de la buena literatura, la chispa que encendió los grandes fuegos de tantos/as artistas a lo largo de la historia, la grieta en la que la belleza erige su hogar, y al mismo tiempo, dolor, puro y duro dolor. Un dolor que se instala en el alma, un dolor metafórico, por supuesto, y que sin embargo puede sentirse tan real como si una bruja maléfica nos pinchase el dedo con una rueca maldita.
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