Acabo de ser testigo de uno de los hechos más execrables que puedan ustedes imaginarse, una violación de los Derechos Humanos, un pisoteo de nuestras más sagradas costumbres, un sacrilegio que justificaría el retorno de la Inquisición, en definitiva, un crimen por el que deberían rodar cabezas: un vendedor de una multinacional intentaba convencer a Rosa, la señora del bar de la esquina, para que dejase de hacer sus deliciosas tortillas de patatas a cambio de unos engrudos que ellos prefabrican y venden envasados al vacío para recalentar...
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