Los nacidos durante el tardofranquismo logramos sobrevivir a toda una pléyade de columpios oxidados, toboganes de aristas afiladas y, en general, todo tipo de instalaciones lúdicas salidas de la mente de un tipo que, evidentemente, odiaba a los niños. Puede que aquellos mamotretos de hierro arrebataran más años de vida que la heroína a toda una generación, pero al menos no estaban diseñados por el degenerado que emuló el Centrípeto Humano en un parque infantil de Rusia.
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