Cuando tenía 19 años, hace ya 16, no sabía qué hacer con mi vida. Me gustaban muchas cosas pero no era posible porque irme a Madrid a estudiar Periodismo, que es lo que años más tarde pude estudiar, era imposible de asumir por mi familia. Así que me me matriculé, después de una selección que parecía un casting para entrar en la NASA, en una escuela de cocina que tenía alto prestigio, pública, y en la que cientos de jóvenes, más de doscientos, se quedaban cada año fuera porque sólo admitían a 40 alumnos por promoción, 20 para cocina y 20 para sa
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