La carrera tecnológica en el cine ha provocado que ya no aceptemos tentáculos de gomaespuma o robots de papel de aluminio. (Una prueba: intenta que adolescentes vean películas con efectos especiales añejos y escucharás sus risas). Por el contrario, el cine de Anderson es casi artesanal: apuesta decididamente por la madera y el cartón, técnicas en extinción. No es un cine de bajo presupuesto sino a contracorriente. Con la artesanía se produce una paradoja: la primera vez que vemos la fachada de El Gran Hotel Budapest dudamos: ¿es real o falsa?
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