La revuelta que los llamados “chalecos amarillos” protagonizan desde el 17 de noviembre ha despertado la simpatía y una cierta comprensión de una mayoría de ciudadanos franceses. Pocos hasta ahora, incluidos periodistas, se han atrevido a denunciar la deriva violenta, complotista, antijudía y filofascista de muchos de los protagonistas del movimiento de protesta.
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