La negativa del primer ministro húngaro Viktor Orban y de su partido, Fidesz, a unirse a la nueva guerra fría que Estados Unidos y Europa han iniciado contra Rusia –negativa que concretó primeramente al aceptar que el gasoducto paneuropeo South Stream pase por Hungría y que reafirmó con su enérgica política hacia los bancos y las compañías extranjeras del sector energético– ha puesto a sonar todas las alarmas en las capitales occidentales.
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