Yo sentí que era el Pijoaparte antes de leerlo. Imaginen ustedes: una ciudad mediterránea, con su hedonismo y sus contradicciones. El Pijoaparte que fui yo, que antes fue Sabino Méndez y antes Marsé, iba y venía por los desmontes, con una moto y oliendo a gato montés. Veíamos cómo levantábamos un rubor de incomodidad en las reuniones burguesas, quizá porque Dios nos llamó por el discreto encanto de la rebeldía. Más tarde, con la novela sobre mi rubia burguesita ya publicada...
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