En la mina, las mujeres cobraban la mitad solo por el hecho de ser mujeres. El sueldo para ellos era de 13 pesetas y para ellas, de 6 y media. Ellas, que querían desarrollar el mismo trabajo que sus compañeros hombres, tenían vetada la entrada a la cuenca, si se casaban eran despedidas porque su labor entonces era «la de estar en casa» y si su pareja también trabajaba en la cuenca, el salario era menor aún del ya inferior. La lista de agravios era innumerable y constante hasta que en 1941 decidieron plantar cara.
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