Son las 11.30 en el centro penitenciario de Zaanstad, a apenas 13 kilómetros de Amsterdam. Paul (nombre ficticio) lleva un rato en el patio, pero se ha cansado de estar con sus compañeros y prefiere regresar antes de la hora estipulada. Cuando entra en su módulo, lo único que se escucha es la música que otro reo tiene puesta en su calabozo. Paul no le presta atención, ni siquiera lo saluda.
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