El neurólogo Oliver Sacks recordaba perfectamente los bombardeos nazis sobre Londres durante la Segunda Guerra Mundial. En una ocasión, una enorme bomba cayó en el jardín del vecino pero, por suerte, no explotó. La gente salió de sus casas, muchos en pijama, con las farolas apagadas para dificultar el bombardeo. Pisaban el suelo con cautela por miedo a que las vibraciones la hicieran explotar. En otra, cerca de su casa cayó una bomba incendiaria, que al arder desprendía un inmenso calor.
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