Cortarle las alas a un tribuno de la plebe es propio de cualquier Estado que se precie, sea éste el Senado romano apaleando a Tiberio Graco, sea la República italiana impidiendo el acceso del PCI al gobierno por cualquier medio. Exigir cabezas es una prerrogativa de los palcos y los reservados. No es preciso ningún esquema conspiranoico para entender el funcionamiento del Estado. El fin, dirá algún Maquiavelo de asador madrileño, justifica los medios. Y el fin de todo Estado, de toda Corte y entramado de negocios, es garantizar que nada cambie.
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