Algo que nunca se olvida es la primera vez que te llaman ciega por la calle. Un niño, o una niña, plenos de su inocencia característica, que le avisa a su papá: "¡Mira, una señora ciega!" Y no sabes qué te duele más, si el que te llamen ciega, o que te llamen señora. Bueno, sí. A los dieciocho años, seguramente lo que me dolió –por no decir algo más gordo- fue que me llamasen "señora". Porque ciega era, y ya una ciega hecha y derecha.
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