Un día después de la explosión de la bomba nuclear sobre Nagasaki, llega en tren a la ciudad Yosuke Yamahata, un fotógrafo militar al que encargan retratar la destrucción para utilizarla como propaganda. Durante horas y horas, sin descanso, empieza a hacer fotos con sus dos cámaras. Las imágenes fueron confiscadas por el ejército de los EEUU para impedir propaganda de guerra. Las fotos a subastar salen entre 15 y 20 mil euros, muy poco comparado con lo que él tuvo que pagar: murió a los 48 años, de cáncer.
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