A principios de los años ochenta era una regla amplísimamente aceptada en la televisión que la gente vieja no es sexi ni cool y que los espectadores más jóvenes no quieren verles hablar de sus problemas. Aquel era un mundo en el que ganaba las elecciones Ronald Reagan y tenía sentido que triunfasen productos audiovisuales como Dinastía, que ofrecían un explosivo e imbatible cóctel de belleza, poder, grandes fortunas...Sin embargo, se produjo el milagro.
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