Los días de gloria de las aerolíneas difícilmente volverán, y aquellos glamourosos trayectos del Concorde o de la TWA se perderán como lágrimas en la lluvia. Pintan bastos para el negocio de la aviación, sí, pero ciertas compañías aéreas ya tenían en su ADN el gen del fracaso seguro, bien por dirigirse a un público ridículamente segmentado (nudistas o fumadores), bien porque su propio nombre provocaba escalofríos en los viajeros (la temible Spantax) o porque tener a Díaz Ferrán como gestor es tan peligroso como llevar a Bin Laden de sobrecargo.