Estos días me ha venido el recuerdo de una profesora de Lengua Española que tuve en mi época de estudiante en aquella E.G.B. ya defenestrada. Se trataba de una profesora que venía de la península por primera vez y que no he podido olvidar, entre otras cosas, porque era el ejemplo perfecto de la diferencia entre lo que aquí llamamos “peninsular” y lo que llamamos “godo“.