Las muestras presentadas al público se limitan a dos bloques pequeños, cada uno de ellos metido en tres urnas de cristal, al más puro estilo de las muñecas rusas, y selladas herméticamente. La conservación de las piezas supuso todo un reto para los expertos del museo, quienes, tras muchos debates, decidieron secar los restos del "fatberg" para "poder estabilizarlos y controlar las bacterias", apuntó Robinson-Calver, aunque aún después de estos procesos seguían apareciendo larvas de moscas entre los restos.