Los españoles no se dan cuenta de cómo son percibidos. Piensan que cuando viajan al extranjero, el mundo les acoge como las personas más simpáticas del mundo. No es así. Los ejecutivos españoles, las empresarias españolas, los funcionarios de Exteriores españoles, parece que están de mal humor todo el tiempo porque no tienen empatía, su lenguaje es soez (en Iberoamérica soltar un taco en público es de mala educación), su tono es alto y sus maneras son hoscas.