Era evidente que la Iglesia de la época necesitaba una gran reforma. Desde unos papas rodeados de lujos que financiaban sus campañas militares vendiendo indulgencias, hasta un clero llano inculto y absentista, cuya vida daba pocos motivos de ejemplo a su rebaño. De esto eran consciente muchos contemporáneos, entre los que se encontraban los Reyes Católicos, que decidieron encabezar un movimiento para renovar la Iglesia en sus dominios (y, de paso, estrechar su control sobre ella).