Como un tiro le ha sentado al ala dura de la política, y por extensión a sus adláteres de la pluma y el micrófono, que no se respeten las formas. O más bien, lo que ellos, representantes excelsos del maniqueísmo patrio, ese del “vestirse, peinarse, comportarse como Dios manda o ser un subversivo de baja estofa”