Antes de la década de los 50, los jóvenes apenas se diferenciaban de los viejos: vestían igual, hablaban igual y hacían más o menos las mismas tonterías. Luego apareció James Dean y a la muchachada le dio por ser rebelde y distinguirse de sus mayores, poniéndose jeans y hablando raro. No contentos con esto, se agruparon en estrafalarias tribus urbanas, según preferencias éticas y estéticas. Pero hay un pequeño problema: los jóvenes también crecen y se hacen mayores.