Sonia entró en la habitación junto a su madre Dolors. Bata blanca, gafas protectoras, mascarilla, gorro y plásticos desechables en los pies. En la cama yacía su padre, Robert Quiñoa, de 85 años, que parecía que mejoraba pero de golpe empeoró. Había fallecido horas antes, solo, en la tercera planta del Hospital de Igualada, junto a otro paciente del que le separaba una cortina y que no fue consciente de nada. Sucedió la mañana del miércoles 11 de marzo, y horas más tarde daba positivo por coronavirus.