Vi cómo se miraban entre ellos, como siempre en esos primeros días, mezcla de ganas, nervios y pereza, ésta vez sin poder ver sus sonrisas nerviosas. Pero lo peor fue ver cómo entraban al patio, les ponían en fila, uno por uno, les apuntaban a la frente con esos termómetros con forma de pistola, apretaban el gatillo y les tomaban la temperatura, después les permitían entrar. Confieso que me fui llorando, era una escena dantesca.