Para los antiguos romanos Cupido era el responsable de que, de repente, una persona cayese locamente enamorada de otra. Según la mitología, con sólo lanzar una de las flechas que portaba, este era capaz de enamorar a cualquiera. Hoy sabemos que no existe realmente ningún niño alado que reparta amor por aquí o por allá. No obstante, sí es cierto que se conocen ciertas áreas cerebrales que desempeñan un papel similar al del hijo de la diosa del amor, Venus.