El Podemos brasileño se desmarca del español, aunque se valga de algunas de sus armas programáticas. O, al menos, eso es lo que predica: transparencia, participación ciudadana, democracia directa y manos limpias. Vende una imagen regeneracionista en un Congreso donde campa una corrupción no sólo institucionalizada, sino también necesaria. La asimetría entre el poder legislativo y el ejecutivo provoca que, para poder sacar adelante sus proyectos tenga que comprar a los diputados de otras familias.