Cumplidos hace poco cuarenta y un años, cada vez me hago más consciente de que me sitúo en el otoño de mi vida. Y, sinceramente, no me preocupa ni inquieta, todo lo contrario. Frente a ese espíritu juvenalista que impulsa la sociedad teledirigida y de la banalidad actual, hace mucho que considero que es la sabiduría del agostarse la vida, el sueño a alcanzar, o a vislumbrar mejor dicho, dado mi proverbial pesimismo de considerar que somos seres derrotados y condenados al fracaso desde el nacimiento;