Cada día, Stephen se levantaba cuando salía el sol para la oración del amanecer, que realizaba arrodillado en la arena junto a un compañero también rehén, Johan, y sus secuestradores yihadistas. A continuación, se servía un desayuno con pan y leche en polvo, y luego los rehenes volvían a dormir o a hacer ejercicio. "Éramos libres de movernos por un área del tamaño de un estadio de fútbol", recuerda Stephen.