El hombre con la voz del averno y el bajo de trueno se ha marchado. No, no ha sido en plena juventud. Quizá ni siquiera él esperaba durar tanto, pero sus millones de admiradores deseábamos que todavía le quedasen muchos años por vivir. Esto era, y lo sabíamos aunque no quisiéramos creerlo, un deseo vano; la inútil ilusión de pretender que el mundo tal y como lo amamos permanecerá inmutable. Sí, es cierto, el mundo es mejor cuando la gente a la que queremos o admiramos está en él. Pero nadie es eterno y no hay que pretender que nadie lo sea.