La reciente aprobación de un aumento al salario mínimo para los trabajadores urbanos y del campo muestra una recurrente contradicción en la historia del país: la negativa obtusa de ciertos sectores empresariales a pagar mejores salarios a sus trabajadores. Pero detrás de ese rechazo subyace otra constante histórica quizá más importante; la manera cómo se ha generado la riqueza del país y la facilidad que los grupos de poder económico han tenido para poner al Estado al servicio de sus intereses.
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