La pobreza léxica que se desparrama por nuestra lengua también se refleja en el insulto. Según parece, llegada la ocasión, brotan precipitados los familiares vocablos: “gilipollas, imbécil, cabrón/cabrona” y el sempiterno “hijo de puta“. ¿Qué culpa tendrá la madre de nadie?. Como en casi todo, hemos acogido la simpleza en el improperio, relegando palabras calificativas mucho más exactas, más sugerentes.
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